Si algo nos viene a la mente sobre los egipcios es su veneración y respeto por la muerte: Las grandes pirámides que servían como tumba y mausoleo para los faraones, la momificación, e incluso las leyendas sobre las maldiciones que pesan sobre quien se atreva a perturbar el descanso eterno.
Pero, aunque todos estos hechos son fascinantes, trataremos un tema menos conocido y bastante más terrenal: las aportaciones colectivas ante la imprevista muerte.
Como ya hemos mencionado, la muerte era uno de los ejes de la cosmogonía egipcia, razón por la cual los ritos funerarios eran tan importantes. Conocemos de sobra (gracias a la educación básica, libros, películas y un largo etcétera) los rituales de los gobernantes egipcios, pero para el resto del pueblo -aún sin el lujo y la parafernalia de aquellos-, no carecía de importancia. Y entonces, como ahora, era algo particularmente costoso. Y ellos encontraron la forma de hacer frente a este problema:
Realizando aportaciones colectivas -es decir, “tandas”-, se reunían los recursos necesarios para que, cuando una familia pasaba por esta eventualidad, tuvieran la menor cantidad de dificultades posibles. Una vez que hubiera pasado el triste momento, dicho fondo se restituía para que cumpliera su función en eventos futuros. El prototipo de nuestros modernos seguros de defunción y, de alguna manera, de los seguros de vida también.